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Hace algo menos de dos años ni siquiera conocía la figura de la asistencia personal y tengo que reconocer que la primera vez que oí hablar de ella tuve algunas reticencias. Este término, asistencia, me resultaba algo paternalista. Pero esto, como veremos a continuación, está muy lejos de la realidad. En este relato nos acompañará Cristina Mañas, por ahora la única persona que dispone de una figura de asistencia personal dentro de la Fundació Germà Tomàs Canet.

La convención de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad dice que todas las personas deben gozar de su capacidad jurídica y que se adoptarán medidas para proporcionar el apoyo que puedan necesitar estas personas en el ejercicio de su capacidad, garantizando que se respeten sus derechos, voluntades y preferencias. Es dentro de este concepto donde se encuentra la figura de la asistencia personal.

La asistencia personal, figura de momento sólo reconocida en Cataluña, pretende preservar la capacidad de obrar de las personas y les ofrece un apoyo en todas o algunas esferas de su vida, según la persona considere que necesita.

Esto implica que la persona es partícipe de su proceso y está totalmente involucrada en la toma de decisiones. Por lo tanto, la figura de la asistencia personal introduce una nueva manera de hacer: la no incapacitación.

Como trabajadora social en el ámbito de la salud mental y de la protección jurídica a las personas (tutelas y curatelas), siempre he sentido una responsabilidad total ante la vida de las personas, sintiendo los aciertos y los fracasos como propios. Teniendo en cuenta mis valores personales, profesionales y de la entidad donde trabajo, siempre he tratado de establecer acuerdos con las personas y respetar sus decisiones, pero no se puede obviar el hecho de que estas personas tienen la capacidad de obrar modificada y eso me hace sentir responsable de su bienestar.

Relato de una responsabilidad compartida

La figura de la asistencia personal implica una responsabilidad compartida. Aunque resulte paradójico, debo confesar que esto, al principio, me daba miedo. A la larga, sin embargo, me he dado cuenta de que es más liberador para mí y para la otra persona. Ahora veo a Cristina capaz de tomar decisiones, dignificada y responsable de su vida. De este modo, lo que en un principio era un sentimiento de miedo por una responsabilidad compartida, se fue traduciendo en un sentimiento de tranquilidad. Ahora valoro las ventajas de esta figura y considero que es idónea para sacar más provecho a la relación y para el establecimiento del vínculo.

Durante el primer año llevando a cabo mis funciones con esta figura, me planteé solicitar una medida de protección judicial y pedir una tutela. A consecuencia de mi falta de experiencia con esta figura y de no haber cambiado mis patrones de actuación respecto a otras personas con una tutela o curatela, tenía la percepción de que no estaba avanzando en un plan de trabajo. Después de una jornada de formación sobre la figura de la asistencia personal, entendí que era necesario implementar otra mirada y otra manera de hacer, y que esta figura implica que la persona es la protagonista de su evolución y mejora de su vida. Desde este momento, pudimos empezar a definir los objetivos de Cristina mientras creábamos un plan de trabajo encaminado a satisfacer sus intereses y necesidades.

La figura de la asistencia es totalmente voluntaria, es decir, las personas piden obtener este apoyo. En el caso de Cristina, esto fue diferente. Ella solicitó una figura de protección más amplia, la tutela, y, según explica, «no quería tutelarme, pero lo necesitaba». Era consciente de que necesitaba un apoyo. Nadie desea que otra persona gestione su vida, y es por eso que me parece que el hecho de reconocerlo y dar el paso es admirable y propio de personas valientes. Sin embargo, a Cristina le asignaron esta figura de asistencia personal, y, tal como ella nos cuenta, «me subió la autoestima, me hizo sentir importante, me puso en mi sitio. Siento que, con mi circunstancia de salud, esto me dignifica como persona. Lo agradezco a la jueza».

«Sigo siendo persona, con mi identidad y persona física, pero me siento más protegida»

La Fundació Germà Tomàs Canet apoya a Cristina en algunos ámbitos de su vida y ella manifiesta estar muy contenta, pero me gustaría destacar otro aspecto más relevante que ella misma nos expresa: «cuento con todo el equipo de Fundació, no sólo con mis referentes, sino con todo un equipo de personas. Me gusta tener la seguridad de que, si me pasa algo, tengo a alguien que me apoya. Este apoyo como institución da mucha seguridad, sobre todo a nivel jurídico».

Es decir, las figuras de referencia somos las personas con las que crea un vínculo, se trabajan unos objetivos, obtiene un apoyo, un acompañamiento, entre otras funciones, pero la realidad es que hay un equipo más extenso de personas trabajando a su lado y, como bien dice ella, hay una entidad detrás que garantiza que este apoyo está supervisado judicialmente.

Evidentemente, en la vida de Cristina ha habido cambios, ha habido un antes y un después con esta figura. Ella nos cuenta que «sigo siendo persona, con mi identidad y persona física, pero me siento más protegida. Cuento con la Fundació».

Personalmente, me reconforta saber que se siente protegida, es un factor clave el hecho de que mantenga su esencia como persona y que sea capaz de tomar sus propias decisiones.

Cristina continúa explicando: «me siento muy reconfortada a nivel personal. No me siento coartada por nada del mundo. Si estuviera tutelada, no me sentiría así». Esto me hace pensar cómo sería nuestra relación si tuviera otra figura que no fuera la asistencia personal. De ser así, ella piensa que «estaría más rebelde porque la tutela es limitante. La jueza me dignificó y me siento súper apoyada». Considero que esta buena predisposición, motivada por la figura de asistencia personal, es clave para llevar a cabo nuestra labor profesional de la mejor manera posible.

¿Cómo ve Cristina nuestra relación?

«La figura de la asistencia es mucho más que realizar un acompañamiento, este es solo la punta del iceberg». Esto muestra la atención tanto amplia que recibe, en todos aquellos aspectos que se acordaron previamente, en su caso los ámbitos personal, sanitario, económico y patrimonial. «Estáis involucrados en mi vida, cuento con vosotros, cuento con este refuerzo para cumplir con mis objetivos y aspiraciones», dice Cristina, que también me explicó que «recomendaría esta figura» y que todo el mundo «debe saber qué es, que no somos unos monstruos, ni nosotros [las personas con una enfermedad mental] ni las fundaciones. Se debe difundir y normalizarse». Evidentemente, cuanto más conocimiento tenga la sociedad de esta figura y de las personas con enfermedad mental, más conseguiremos reducir el estigma.

Esta conversación con Cristina me ha ayudado a reflexionar y sobre todo me ha dado la oportunidad de conocer su punto de vista y sus sentimientos. Me ha servido para acercarnos y fortalecer nuestro vínculo. Un vínculo que nos capacita para superar cualquier evento futuro. Es evidente que, con la introducción de esta figura, ha habido un cambio de paradigma. La clave es realizar una intervención basada en respetar la voluntad de la persona, su autonomía y sus preferencias, pero dejando claro nuestro criterio profesional. Cuando esta nueva perspectiva sea asumida como pauta de actuación por parte de los profesionales y normalizada por la sociedad, habremos dado un gran paso adelante.

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 15 de Junio de 2021
Última modificación: 30 de Enero de 2024