Nuevas oportunidades de relación entre profesionales y usuarios de salud mental
Resumen
La pandemia del COVID-19 propició tener que cambiar de forma brusca, ágil e intentando tomar las decisiones más acertadas posibles bajo mucha presión, nuestra forma de pensar la asistencia en salud mental.
Como norma general, los equipamientos y stocks de material de las entidades que se dedican monográficamente a la salud mental, no están diseñados ni preparados por defecto para afrontar situaciones como las vividas. Fue clave intentar aprovisionarse de material de protección individual para proteger y protegerse. Las instituciones que supieron anticiparse a lo que vendría ganaron un tiempo muy valioso.
Tampoco hubo tiempo para diseñar la adaptación a la nueva manera de asistencia, de relación, en los entornos de hospitalización. Equiparnos profesionales y usuarios con mascarillas, tener que mantener distancias de seguridad y otras medidas higiénico-sanitarias podía haber cambiado, como pensábamos algunos, nuestro marco relacional profesional – usuario. Estos últimos, como tantas otras veces, como siempre, nos vinieron a regalar nuevos ejemplos de lo que es ser resiliente: ingresados, doblemente confinados, sin poder recibir visitas, sin salidas…, han colaborado en todos los dispositivos codo a codo con los profesionales en el cuidado de los entornos y de su propia salud. Esta quizás sea una de las principales lecturas en positivo que desde las unidades de salud mental hospitalarias podamos extraer.
¿Qué ha venido para quedarse? ¿Qué ha resultado útil? Todos o muchos tras esta pregunta conectamos con la teleasistencia, que nos ha permitido poder mantener gran parte de la actividad asistencial a nivel ambulatorio. Tanto la mayoría de profesionales como de los usuarios de la red asistencial han valorado positivamente esta manera de relacionarse. Circunscrito a los momentos vividos, donde muchas veces ha sido la única opción de mantener el vínculo terapéutico, existe unanimidad en que las herramientas de las que se disponía se han demostrado muy exitosas y han solventado con ciertas garantías la imposibilidad de la visita presencial.
El escenario sigue siendo muy incierto y es difícil lanzar hipótesis sobre como transcurrirán los meses venideros, cuando nos acerquemos al otoño e invierno, sobre todo tras haber podido constatar que el verano no ha ofrecido la tan ansiada tregua al completo.
Desde junio se ha recuperado gran parte de la actividad presencial de forma progresiva, sabemos manejarnos mejor con las medidas higiénicas. ¿Qué hacer ahora con la parte teleasistencial? El futuro vislumbra, a mi entender, que se deberán llegar a nuevos pactos entre profesionales y usuarios, donde es de esperar que los primeros no actuemos desde nuestro paternalismo proteccionista histórico y que los segundos también permitan ser asesorados en ocasiones. Me explico y me cuestiono: las personas que han agradecido esta forma de ser visitadas, ¿podrán escoger seguir siendo atendidas telemáticamente? ¿Quién acabará decidiendo cómo se presta la asistencia: profesional o usuario? ¿En situaciones de crisis aceptarán las personas resistentes a la visita presencial que sea esta última la mejor manera de recibir tratamiento ambulatorio?
Si la teleasistencia ha demostrado su efectividad (cabe recordar que durante el periodo más estricto de confinamiento no se detectó un aumento de visitas en los dispositivos de urgencias psiquiátricas, indicador clave que demuestra que se pudo garantizar la asistencia de esta forma emergente en prácticamente todos los territorios), es de esperar que seamos capaces de crear sistemas híbridos que permitan la atención presencial y/o telemática dependiendo del caso, respetando la voluntad de los usuarios y su situación personal y de salud.
La tecnología, a quien de nuevo hay que agradecer que haya existido estos meses, nos va enfrentar a dilemas éticos importantes que pueden marcar la tendencia a seguir en salud mental en un futuro próximo. Será importante que se definan por parte de todos los agentes implicados, asociaciones científicas, de personas con experiencia propia y sus familias, los nuevos marcos de relación que se puedan derivar de lo vivido.
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