Vivir con las secuelas de un abuso sexual en la infancia

Resumen
La Fundación Vicki Bernadet trabaja de forma integral el abuso sexual en la infancia y la adolescencia (en lo sucesivo, ASI) desde sus inicios, en 1997. Realiza campañas de prevención y sensibilización con el objetivo de ayudar a la erradicación del ASI, y a dar visibilidad a esta violencia, que, a pesar de tener una incidencia elevada, sigue siendo un tema tabú en muchos aspectos.
El único estudio de incidencia a nivel estatal que tenemos en España señala que; un 22,5% de las mujeres y un 15,2% de los hombres, han sufrido un ASI antes de los 18 años (López, 1994).
Uno de los ámbitos de intervención de la Fundación, es la realización de formación especializada dirigida a diferentes colectivos (alumnado universitario, profesorado, talleres con niños, niñas y adolescentes en centros educativos, charlas a familias, participación en la creación de protocolos, etc.), con el objetivo de ayudar a mejorar la detección y la intervención en casos de ASI.
La entidad también ofrece tratamiento psicológico y jurídico a las personas que han sufrido un ASI y sus familias. Este es quizás el servicio más conocido de la entidad y es un referente social en el territorio.
A lo largo de estos años, desde la Fundación hemos asistido a una mejora significativa en cuanto al abordaje del ASI. Actualmente, en Cataluña tenemos una red pública que acoge a los niños, niñas y adolescentes que han vivido un abuso sexual con el despliegue de servicios especializados como las Barnahus (Casa de los niños en islandés. Es un modelo que igual que en aquel país, aquí también promueve la atención integral, donde todos los departamentos se coordinan y atienen el niño o la niña en un mismo lugar, adaptado a su momento evolutivo). Y también la existencia de los EFE (Equipos Funcionales de Expertos: para la atención a la violencia sexual infantojuvenil de más de 72 horas y el maltrato grave, en el ámbito de la salud). Esta red de servicios que se acaba de desplegar en el territorio catalán, y que también se desplegará en el resto del Estado, es una esperanza para la mejora y el acompañamiento de aquellos niños, niñas y adolescentes, que en la actualidad han explicado un ASI.
De igual forma, creemos que también es importante hacer mención a la aprobación de la nueva Ley de Infancia (Ley Orgánica 8/2021, del 4 de junio, de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia ante la Violencia), que está diseñada para garantizar una protección total a la infancia y la adolescencia ante cualquier clase de violencia, con una especial atención a la violencia sexual, física, psicológica y la explotación.
Entre sus puntos más destacables; esta ley modifica y amplía considerablemente los plazos de prescripción para poder denunciar un ASI, fomenta la formación especializada entre profesionales que trabajan con infancia, promueve mecanismos de reparación y acompañamiento emocional a las víctimas, propicia la creación de servicios especializados, incluye medidas para promover una mejor detección y prevención de la violencia en la infancia, etc.
Todos estos avances también dan esperanza, para que los abusos sexuales en la infancia y la adolescencia ocupen un lugar central en las políticas y agendas sociales, que permita un mejor abordaje del ASI, promuevan la detección temprana y la mejor actuación ante un caso.
Sin embargo, todavía son muchas las víctimas invisibilizadas que no podrán acceder a estas mejoras; son jóvenes y personas adultas que vivieron el abuso sexual en su infancia, y que es en el presente que buscan o necesitan una ayuda a nivel psicológico o jurídico. Desde el servicio de atención de la Fundación recibimos cada día a estas personas adultas que, en muchos casos, continúan lidiando con las secuelas. Durante el 2024 realizamos un total de 284 terapias individuales con adultos victimas de ASI.
Secuelas más frecuentes en adultos que han sufrido un ASI
El abuso sexual infantil se considera un acontecimiento potencialmente traumático. Y se puede considerar que sus efectos no solo se dan durante la etapa infantil, sino también en la etapa adulta, indistintamente de cuando se produjo el ASI, dado que el síntoma puede transitar a lo largo de la vida a través de manifestaciones típicas de cada momento evolutivo, o incluso, mantenerse asintomático y presentarse de una forma tardía mucho de tiempo después del abuso (Cantón y Cortés, 2015).
Las experiencias y las respuestas, así como el grado de afectación, son muy variadas y resulta difícil valorar el impacto traumático del ASI en las personas que lo han vivido (Royo, 2007). Los estudios constatan que las consecuencias afectan a todas las áreas de la vida de la víctima, no siendo posible hablar de un síndrome del abuso sexual infantil (Pereda, 2009).
Las secuelas más habituales en la infancia abusada son ya muy conocidas y no me detendré en este punto, solo mencionaré aquellas secuelas que encontramos habitualmente en los adultos que nos consultan, y que coinciden con los estudios centrados en las secuelas a largo plazo. Habitualmente encontramos; una mayor probabilidad a sufrir trastornos depresivos, ansiedad, trastorno de estrés postraumático complejo, trastorno límite de la personalidad, conductas autolesivas, ideas de muerte y baja autoestima. En la esfera relacional, se encuentra mayor aislamiento y ansiedad social, desajustes en las relaciones de pareja, dificultades en la crianza de los hijos, etc. Y en otros ámbitos, también puntúan más alto en dolores físicos sin explicación médica, cefaleas, fibromialgias, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos conversivos, crisis epilépticas, síntomas somáticos, etc. Dificultades en el ámbito de la sexualidad y riesgo a sufrir una revictimización en la edad adulta (Pereda, 2010).
A la hora de plantear el abordaje terapéutico, debemos tener en cuenta que el pronóstico dependerá de múltiples variables; por un lado, aquellas que tienen que ver directamente con la persona (la edad y el momento evolutivo, las estrategias de afrontamiento disponibles, el estilo de apego, la red de apoyo, etc.). Pero, también aquellas variables que tienen que ver directamente con la situación abusiva; como es el vínculo existente con la persona abusadora (cuanto más próxima es la relación, peor será el pronóstico), el tipo de ASI (siendo la penetración potencialmente más traumática), la edad de inicio del abuso y la frecuencia de este (si se da de forma puntual o aguda, o si se repite a lo largo del tiempo), así como el apoyo familiar recibido en el momento de la revelación. Cada persona y cada situación es única e irrepetible, y aunque pueda haber puntos en común en las personas que han sido abusadas, cada caso debe ser atendido desde su particularidad.
En la Fundación, en torno al 70% de los casos que atendemos en tratamiento son casos de personas adultas que conviven con un sufrimiento directamente relacionado con un abuso sexual que vivieron en su infancia. El desencadenante del malestar o motivo por el cual se deciden a consultarnos en el presente puede ser muy variado. Nos encontramos, por ejemplo, con muchas personas que necesitan un apoyo terapéutico cuando llega el momento de la maternidad o paternidad, que a menudo se ve condicionada por conductas de hipervigilancia y miedo a que esto le pueda pasar a los hijos o hijas, y la preocupación porque la persona abusadora todavía esté en la familia y pueda tener contacto con ellos o ellas. También, cuando el hijo o la hija llega a la edad que tenía la persona en el momento del ASI, el efecto espejo posibilita que se remuevan muchos recuerdos. Otro momento donde acuden muchas mujeres adultas, es a raíz del momento del parto, dónde a través del cuerpo aparecen malestares y recuerdos en forma de pensamientos intrusivos. Situaciones estas donde a menudo se había producido una disociación, o en algunos casos un semi-olvido defensivo (donde el recuerdo queda entre la conciencia y el inconsciente) como un recuerdo lejano, pero que, con el sentimiento de invasión del cuerpo y la llegada de la maternidad, vuelve a la memoria con fuerza, generando mucho sufrimiento. Esto nos recuerda que el cuerpo también tiene memoria (Van der Kolk, 2014). Y que las defensas inconscientes acaban teniendo grietas por donde el recuerdo aparece. Este momento es por lo general un momento de angustia importante, y a menudo se acompaña de sintomatología postraumática.
Otras situaciones que favorecen el incremento del malestar en el presente y por tanto la demanda de atención terapéutica, tienen que ver con cambios o movimientos familiares como, por ejemplo; cuando la persona abusadora envejece y se plantea la necesidad o la urgencia de cuidarlo/a, o tal vez, se ha producido la muerte de aquella persona y se remueven muchos sentimientos, a veces ambivalentes. También nos encontramos con muchas personas que se angustian cuando quien tiene hijos o hijas es justamente el abusador y aparece el miedo a que el ASI se pueda repetir, y a la vez, la necesidad y la duda entorno a romper el silencio familiar.
Los encuentros familiares importantes como las reuniones de Navidad, los cumpleaños, etc., donde se sabe que habrá el encuentro con aquella persona, o tal vez los conflictos con la familia donde se dieron posicionamientos diversos, a menudo incrementan el malestar presente (apareciendo sentimientos de culpa, de incomprensión, de soledad, etc.).
Otros momentos vitales como una separación o el encuentro con una nueva pareja, las dificultades en el ámbito de la sexualidad, los síntomas depresivos recurrentes, la denuncia y el proceso judicial, etc., son también momentos que llevan a la persona a un malestar que necesita ser acompañado.
En el caso de las personas adultas, también sucede más habitualmente de lo esperado, encontrarse con la incomprensión de su entorno frente a la revelación del abuso. Les pueden recriminar el no haberlo explicado antes, o el no saber qué hacer ahora. Y a menudo se les pide que olviden, o que no hagan ningún paso al respecto (ahora para qué denunciarlo, el abusador ya es mayor, etc.…). Estas conductas invalidan su sufrimiento, e incrementan el sentimiento de soledad y de incomprensión. La terapia grupal, como complemento del espacio terapéutico individual, puede ser un espacio de reparación en estos casos.
Nuestra experiencia a lo largo de estos años nos confirma que no hay un proceso terapéutico único que sirva para todo el mundo, sino que hay que atender el caso por caso, la particularidad de la persona y de su contexto, acompañándola a encontrar sus propias soluciones.
Sin embargo, hay ciertas cuestiones que hay que abordar terapéuticamente en la mayoría de los casos, como es el sentimiento de culpa y vergüenza que a menudo acompaña a las víctimas. Abordar la autoestima, favorecer la capacidad reflexiva y la mentalización de las relaciones. Recolocar las responsabilidades y empatizar con el niño, la niña o el adolescente que habían sido en aquellos momentos, para ajustar el juicio que hacen de ellos mismos. Así como ofrecer un modelo de relación diferente, basado en el respeto y la comprensión.
Es importante que las personas adultas que han vivido un abuso sexual en la infancia o la adolescencia, y conviven con las secuelas, también sean acompañadas a nivel terapéutico, para mejorar su calidad de vida, elaborar el trauma y volver a disfrutar del presente. Porque, no se puede borrar lo que se ha vivido, pero se puede integrar y convivir con ello de otro modo, donde el ASI no continúe condicionando el presente ni el futuro.
Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48
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