www.som360.org/es
Javier Carulla
Persona con experiencia en psicosis

Encontrarás una salida

Javier Carulla

Alguna vez habréis oído decir que algunos niños nacemos viejos. Creo que es cierto. Siempre se ha dicho que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Yo era un niño tímido. Los niños Capricornio solemos serlo. Pero creo que los mayores supieron ver algo. Era frecuente que me sentaran al lado de los compañeros más problemáticos; todos querían ser mis amigos y yo era el amigo de todos. Tenía una sensibilidad de la que no era del todo consciente y que nunca supe canalizar, o no del todo.

A mis cincuenta y tres años, sigo viviendo en el pasado, en el momento en que algo se rompió y cuyos pedazos no he conseguido recomponer. Se me rompió el alma. Yo era un chaval majo y agradable, pero la envidia es muy mala. Los mismos adultos a los que yo admiraba me traicionaron y me hicieron daño, y lo hicieron deliberadamente. Dicen que todo sucede por algo. No lo dudo, pero a mí me crucificaron, y la razón no la sé, porque el ser humano tiene un límite y hay cosas que no se consiguen comprender.

Recuerdo aquella niña que discutía con la profesora y que, a su vez, la enervaba continuamente; aquel niño que no retenía los conocimientos; aquel adolescente que me pidió que le enseñara a defenderse; aquel «tonto del pueblo» que resultó ser una persona excelente; aquel pintor «loco», que se presentó con un cuadro suyo en la casa de Salvador Dalí; aquel delincuente, con su código de honor; y aquella maga negra, que nadie sospechaba que lo fuera. Y el día que mi mejor amigo me rompió la cabeza con una piedra.

En profundidad

El estigma: invisibilidad e indiferencia

¿Tanto hace un diagnóstico? Pues bien, tengo un poder, mayor que en el mayor de mis delirios. Es un poder que yo nunca he pedido y que se me declaró con el diagnóstico: soy invisible. No se me puede ver. La invisibilidad es un poder que cuesta de sobrellevar y hace mucho daño. La indiferencia es el peor de los castigos, hasta el punto de que te puede «enloquecer». No exagero. El estigma se nos manifiesta, en su mayor crudeza, en forma de indiferencia, y la indiferencia de algunos seres queridos nos puede «enloquecer».

Esta es mi teoría: el trastorno mental no es una sola cosa, no es un solo conjunto de síntomas. El trastorno mental es: trastorno, efectos de la medicación y estigma. La parte que tiene que ver con el sufrimiento es el trastorno; la medicación es la parte que tiene que ver con la estabilidad; y el estigma es la parte que tiene que ver con el entorno. Por lo tanto, un diez por ciento de trastorno, un treinta por ciento de efectos de la medicación y un sesenta por ciento de estigma.

La invisibilidad cuesta de sobrellevar y hace mucho daño. El estigma se nos manifiesta, en su mayor crudeza, en forma de indiferencia

¿Sabéis que hay muchos tipos de estigma? El del diagnóstico, el más inmediato; el de la sociedad tiene que ver con la medicación; el de la familia de casa, donde dejan de hablarte, alegando que tú ya no les hablas; el de los amigos, porque ya no sales y ya no te diviertes; el de la familia de fuera de casa, porque ya no eres el mismo de antes; el de las consultas médicas, por el informe psiquiátrico; el de la policía, por si eres violento; el de los vecinos, por si haces cosas raras; y el de las parejas, que es el que más duele.

Romper la soledad y encontrar una salida

En un momento determinado todo cambió. Toda mi vida quedó en nada. De hecho, llegué a dudar de si mi vida había sido digna. Pensé que nada iba a ser igual, y acerté. Hace ahora treinta años de mi debut en un trastorno de salud mental. En estos treinta años he pasado por diferentes etapas: crisis psicóticas, ingresos, delirios, alucinaciones, voces, manía persecutoria, pesadillas, telepatía, insomnio, miedos, apatía, lectura del pensamiento y magia negra. Pero lo peor, lo peor de todo, lo que me ha anulado ha sido la soledad

He pasado catorce años de mi vida en la más absoluta soledad, pero un día empecé a salir, porque la soledad me estaba matando y porque nadie, nadie, vino a por mí.

Por favor, si estás leyendo esto y estás debutando, si estás al principio del tratamiento y estás empezando a dejar de hablar y a quedarte aislado o aislada, y si me permites un consejo: sal, sal a pasear, sal a tomar un refresco o a tomar un café, pero, sal. No te encierres. Yo he pasado catorce años de mi vida en la más absoluta soledad. No te engaño. Y un día, de cualquier mes, de cualquier año, empecé a salir. ¿Sabes por qué? Porque la soledad me estaba matando. Y porque nadie, nadie, vino a por mí.

Soy un alumno en prácticas en El Club Social La Xamba, de Sabadell, para obtener el título de peer to peer, que actualmente imparte la asociación EMILIA en Barcelona. Y una de las cosas más importantes que me han enseñado es que la recuperación no es una meta, es un camino. Yo estaba viajando en tren y un desconocido no dejaba de mirarme. «¿Qué te ocurre?», me preguntó. «Tengo esquizofrenia», le respondí. Y dijo: «Estoy seguro de que encontrarás una salida».

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 14 de Noviembre de 2023
Última modificación: 30 de Enero de 2024