www.som360.org/es

Comencé a escribir a partir de los 13 años. Empecé por la iniciativa de explicarme a través de un papel lo que me sucedía a causa de las emociones o sentimientos que experimentaba. Con el tiempo, fui aplicándolo a relatos cortos, diálogos y poesía. Sinceramente, desde el profesorado de lengua admiraban mi iniciativa y recibí bastantes ánimos para seguir con ello. Pero en 3.º de ESO tuve una profesora de biología que me tachaba los exámenes por mi «mala letra», ya que no entendía lo que ponía, y comenzó a hacer comentarios personales en voz alta en mitad de las explicaciones de la asignatura.

Cuando llegaba a casa, lo contaba a mis padres y recibía dos tipos de comentarios: «así son las cosas en el mundo exterior» y «sé tú, ante todo, sé fuerte». Entre las dos vertientes, me encontraba yo en el medio sin saber cómo gestionarlo y recurrí a la escritura. Con el paso del curso, dicha asignatura y la actitud de la profesora me generaron varios problemas, entre ellos ser incluida en un curso de diversificación sin cumplir ningún requisito, además de obtener una comparación de notas, ya que en cursos anteriores destacaba por ser una alumna de sobresalientes, pero esta vez en el primer trimestre suspendí cuatro y en el segundo trimestre, ocho. El resto de los profesores eran los mismos que el año anterior y me suspendían con la misma excusa que la profesora de biología. Y yo, intentando comprender lo que me había sucedido, no encontraba ninguna solución de por medio.

Simplemente me veía fracasada, sin encontrar un respaldo adulto dentro del centro ni entre mis compañeros de clase, que se alimentaban de algún que otro chiste de la profesora de biología.

¿Y cómo lo enfrenté?

Como sucede en la escritura, con el tiempo se va perfeccionando y siempre existirán obstáculos que te impidan ser tú misma, y así fue como relacioné lo que me estaba sucediendo. Entendí que la profesora era un gran obstáculo para mí. Ella necesitaba sentirse superior a mí. En ese momento, yo debería haber dicho muchas cosas. No lo hice, pero sí las escribí y las tengo guardadas. Debo admitir que, gracias a la escritura, supe enfrentarlo de una manera más severa en la que me sentía muy adulta para la poca edad que tenía. Y sí, fue complicado, pero hablar contigo misma ya lo es, y lo estaba haciendo.

Tras la experiencia de 3.º de ESO, comprendí varios aspectos, entre ellos, cómo se movía el mundo exterior. Lo apuntaba todo en diferentes cuadernos y hojas, en diferentes clases. Quería comprender el porqué de ese movimiento, el porqué de ese malestar en el ambiente, el porqué de una actitud de un adulto, el porqué de todo en todo momento.

Logré cursar 4.º de ESO y, a pesar de que dicha profesora ya no me impartía clases, había parte de los profesores que habían escuchado cosas sobre mí y seguían diciéndome que no escribía bien, que no entendía nada y que, probablemente, tuviera una dificultad intelectual. Sí, palabras fuertes para una niña de 15 años en pleno desarrollo y que está averiguando el mundo exterior, el funcionamiento que hay en él. Llegó el dichoso momento en el que tuve que repetir curso por la presión de no comprender bien las clases. Los profesores me prohibieron escribir ya que, según ellos, eso aumentaba mis dificultades de adaptación en el centro.

Ese curso lo aprobé todo, pero, como ellos querían, no escribí nada. Pero ¿y yo? ¿Yo era como quería? Sinceramente, fue el peor año de mi vida, ya que me encerraba en mi habitación nada más llegar a mi casa, estudiaba todas las tardes y salía para comer, cenar y asearme; no hacía nada de vida social con 16 años. Pero no duró mucho tiempo, ya que por dentro me sentía muy mal. Una noche, mientras estudiaba, tenía de fondo la radio puesta y escuchaba un programa en el que leían tus cartas mágicas. Me acuerdo de que cuando me replanteé la idea de escribir, aunque fuera una carta, me costó dos horas hacerlo. Con todas mis inseguridades de por medio e intentando contar cómo me sentía. Mientras la escribía en el ordenador para enviarla al programa de radio, todo el cuerpo me empezó a temblar y escuché aquellas voces que me decían que no valía nada para la escritura. Intenté callarlas y así fue. Envié la carta y a los pocos días el locutor la leyó y concretó: «esta chica escribe muy bien». Tras esas palabras, decidí volver a escribir, aunque lo hacía a escondidas del profesorado, y desde entonces logré ser dos personas: la que aparento y la que soy.

Desde este momento me obligué a seguir escribiendo, cosas sencillas o complicadas, pero escribir, escribir, escribir... Sentir y seguir experimentando por mí misma el mundo exterior.

Realicé los estudios de bachillerato, aunque en el segundo año sufrí una etapa de depresión y tuve que dejarlo por mi propio bienestar. Pero la escritura seguía cogiéndome de la mano. Obviamente, el miedo de recaer estaba al orden del día, pero debía superarme. Y sí, con el tiempo supe que había recibido bullying de una profesora, un bullying que no supe ni supimos ver al momento.

Actualmente tengo 24 años, me llamo Lucía del Alba y sí, tengo nombre de hada. Sigo teniendo mi mundo interior y mi mundo exterior, sigo conociéndome y escribiendo. Hasta ahora llevo escritos cinco libros: mi primer libro, un libro de reflexiones, una trilogía en camino y, por último, Fajira.

La escritura me ha salvado de bastantes agujeros, entre ellos de un pozo sin fondo y con muy poca luz; gracias a ella, he sabido utilizar mi propia creatividad para seguir luchando fuera. Y recuerda: sigamos hablando, aunque sea escribiendo.

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 28 de Febrero de 2022
Última modificación: 30 de Enero de 2024

Lucía del Alba Benito Fernández dice que le pusieron nombre de hada, una referencia que nos traslada a un mundo interior y creativo que fue la tabla de salvación de esta joven. Cuenta Lucía que la escritura creativa le sirvió como vía de escape del acoso escolar que estaba viviendo en el instituto, un acoso alentado por el profesorado, tal y como ella narra en primera persona en este microrelato.

Su testimonio que nos permite reflexionar sobre el peso de ciertas actitudes adultas, de comportamientos de un perfil de docente que es muy nocivo para los chicos y chicas en pleno afianzamiento de su personalidad y que acaban echando más gasolina a situaciones de acoso escolar.