La atención espiritual en salud mental en justicia juvenil
En febrero de 2009 se celebró en Estados Unidos la Conferencia de Consenso de California, donde una muestra representativa de 40 referentes del país –en las áreas de Medicina, Enfermería, Psicología, Trabajo Social, Gestión Sanitaria y Atención Espiritual– se reunieron con el objetivo de desarrollar una definición de la espiritualidad que fuese funcional a la vez que relevante para el entorno sanitario. La definición acordada fue la siguiente: «La espiritualidad es el aspecto de la condición humana que se refiere a la manera en que los individuos buscan y expresan significado y propósito, así como la manera en que expresan un estado de conexión con el momento, con uno mismo (self), con otros, con la naturaleza y con lo significativo o sagrado» (Puchalski et al., 2011).
Esta definición de espiritualidad resulta, en gran medida, consonante con la propia de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios: «La dimensión espiritual (…) se refiere a la llamada interna de toda persona a orientar (…) su vida mediante transformaciones internas permanentes, en la búsqueda de la plenitud, de la felicidad, en la realización más amplia de sus ideales (…) con los demás y con el Otro, que puede ser Dios, o con cualquier otro nombre que se prefiera para indicar lo sobrenatural, que llena la vida de luz y de significado» (2012, p. 37).
Como puede observarse, ambas manejan idénticos núcleos semánticos: espiritualidad constitutiva de lo humano; búsqueda de plenitud, significado y propósito; conexión y sacralidad… Son estos, pues, los principios que guían nuestra práctica clínica a la hora de atender la dimensión espiritual de las personas a las que prestamos servicio en nuestros diversos dispositivos, principios que cobran especial entidad en la Unidad Terapéutica del Centro Educativo Els Til.lers-Parc Sanitari Sant Joan de Déu, donde se atienden adolescentes con problemas de salud mental que han cometido conductas transgresoras que han requerido la intervención del sistema judicial y cumplen medidas privativas de libertad.
Obviamente, el perfil de los jóvenes que ingresan en esta unidad terapéutica de hospitalización es dispar, tan dispar como pueda serlo la salud mental de la población general, pero en la mayoría de los casos se dan algunas constantes, derivadas de su compartida circunstancia de internamiento en un recurso hospitalario situado dentro de un centro de justicia juvenil, que son de especial importancia en lo que a la atención espiritual se refiere: la privación de libertad, la separación de su entorno habitual, la juventud como periodo de exploración y forja de la propia identidad, el fantasma amenazante del trastorno mental y el peso culposo –reconocido o no– del delito cometido. Si la espiritualidad tiene que ver con esa conexión a tres bandas con uno mismo, con la alteridad y con la trascendencia, ¿cómo no va a verse afectada por esta vicisitud? Cuando uno no puede estar a buenas consigo mismo porque se siente culpable. Cuando uno se encuentra alejado en diversos grados de lo que son sus relaciones significativas, familias a menudo desbordadas en su responsabilidad educativa, incluso a veces primeras víctimas de sus hijos. Cuando uno se encuentra huérfano de grandes relatos que le faciliten integrar y trascender esperanzadamente la situación límite en la que se ve sumergido.
¿Cómo no?
Y si la espiritualidad tiene también que ver con el significado y el propósito, en definitiva, con el sentido, ¿cómo no va a verse afectada en estos jóvenes que parecen quedarse sin futuro a medida que paulatinamente se cierne sobre ellos el triple estigma de la patología psiquiátrica, la criminalidad y, en ocasiones, el consumo de tóxicos?
De nuevo, ¿cómo no?
Aunque ellos mismos a menudo no alcancen a reconocer esa parte del sufrimiento que les provoca su situación como un sufrimiento espiritual, consecuencia tácita de una sociedad que intenta de forma reduccionista concebirse a sí misma sin referencias a la trascendencia, esa es su principal herida: sangran ante la fatal expectativa de quedar sin lugar en el mundo. Un lugar que merezca ese nombre, donde sean posibles las experiencias de pertenencia, reconocimiento y legado. Son muchas las preguntas últimas con las que estos jóvenes se encuentran de forma prematura. Preguntas sobre unas raíces, las suyas, tal vez cuestionadas por la opinión pública. Interrogantes sobre su presente identidad conflictuada y conflictiva. Y en el fondo y, sobre todo, la gran cuestión de si pueden y merecen aspirar a un futuro mejor.
No es habitual –aunque tampoco imposible– que estos jóvenes manejen algún imaginario religioso, motivo por el cual el abordaje de su experiencia espiritual debe acometerse por otras vías, aquellas ya identificadas en su día por el filósofo Ludwig Wittgenstein: la estética, la ética y la mística. En este sentido la metodología de intervención desarrollada específicamente para estos y estas jóvenes se organiza a través de actividades y talleres y un acompañamiento personal, íntimo y único donde la experiencia espiritual cobra su mayor significado.
Nos referimos a la estética accesible de la exploración artística como canal de expresión de la interioridad. Se realizan talleres donde creativos de distintas disciplinas comparten su pasión con ellos y les animan a experimentar el profundo potencial integrador de lo simbólico.
Espacios donde estos jóvenes pueden vivirse desde nuevos lugares, lejos de la desaprobación continua que despertaban sus rutinas habituales, sintiendo en propia carne el revulsivo de ser, no solo reconocidos, sino también elogiados y hasta aplaudidos.
Pintores, poetas, actores, músicos, dibujantes, bailarines y bailaoras han conducido talleres en la Unidad Terapéutica para ellos donde hacer eso posible y, a través de un proyecto de intersección entre cómic y teatro, estos mismos jóvenes han podido reflejar una de las máximas principales de Viktor Frankl, psiquiatra pionero en postular la voluntad de sentido que nos anima como humanos: hay en todos nosotros un inexpugnable reducto de libertad desde el cual podemos posicionarnos ante nuestras circunstancias y condicionantes.
Hablamos de la ética sencilla de la observación del comportamiento humano como posibilidad de aprendizaje existencial. Aprovechando el poder de la narrativa para empatizar con los personajes protagonistas de las historias comentadas, individual o grupalmente, intentando entender a dichos personajes, aprendiendo a mentalizar a partir de cómo actúan, evaluando su grado de acierto moral según las consecuencias de sus decisiones. Cómics, cortometrajes, alguna película, alguna novela, sirven a estos jóvenes para verse a sí mismos de forma indirecta, a través de la historia de otros, pudiendo así aprender de sus aciertos y de sus errores, sintiendo con ellos que el drama de la vida, a pesar de todos sus momentos de dolor, sigue teniendo sentido.
Apelamos a la mística cotidiana del vínculo, con uno mismo y con los otros. A menudo, el trato humano del profesional, su aceptación incondicional del ser profundo del joven, actúan como catalizadores de un proceso íntimo a través del cual el propio joven conecta por vez primera con su yo esencial y, muy ocasionalmente, con –aquello que podríamos llamar– lo divino que le habita. La escucha compasiva, creer en ellos, devenir espejos de sus facetas más genuinas, iniciarles en la meditación generativa y la conexión con su propio cuerpo, constituyen caminos por los que estas personas a la búsqueda de su identidad aprenden a poder relacionarse consigo mismos con afecto, requisito indispensable para transitar por la senda de los procesos de justicia restaurativa y, desde ahí, poder luego atreverse a luchar por su futuro.
En una sociedad que ha renunciado a la ejemplaridad, huérfana de referentes, cuasi analfabeta ante la adversidad existencial, asediada por catastróficos presagios socioeconómicos y ecológicos, nuestra juventud, y en especial los jóvenes atendidos en nuestros dispositivos de salud mental de justicia juvenil, nos recuerdan que el devenir humano no es posible sin horizontes de sentido que nos animen a dar lo mejor de nosotros mismos aún en las peores circunstancias, puesto que sin esperanza tampoco puede haber verdadera libertad.
Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48
Si sufres de soledad o pasas por un momento dífícil, llámanos.